Montañas
En otras
partes ofrecen la alternativa del recogimiento. Aquí lo rechazan. Son
insolentes. Irrespetuosas por su enorme presencia. Es inevitable no lanzárles
una mirada a cada instante. Más allá de la muerte y los nacimientos, mirarlas
es la acción esencial con que se traman nuestras horas.
Pero ¿cómo
es la mirada? Cambia con cada hombre que las rechaza o las acepta. Conozco a
uno que dice jamás haber soñado con montañas. Otro precisa que su vigilia, con
ellas presentes siempre, es el verdadero sueño.
Y, sin
embargo, esa mirada ensimisma. Espejo verde o azul o gris donde se proyectan el
porvenir y el pasado y el presente son un abismo. Borrosos nosotros en el
ahora. Deshaciéndonos con lentitud.
Transcurriendo
escurridizos, fugitivos, confusos. Y ellas espantosamente exactas. Impávidas
ante lo que pueda significar movimiento, sucesión, transmutación. Como dioses
que observan conscientes de no poder intervenir.
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